domingo, 11 de diciembre de 2011

Papá, ¡hay un monstruo en el pasillo!

Estaba resultando una tediosa y monótona tarde de domingo en la que las ansiadas horas de asueto se habían convertido en incómodas compañeras. La frenética y, al mismo tiempo, improductiva actividad de los niños penduleaba entre la calma tensa y la guerra abierta.

Después del último combate a muerte que había tenido lugar en el cuadrilátero del comedor, se firmó el penúltimo tratado de paz express, rubricado con un besito. El coyuntural descenso del estado de alerta produjo en uno de los niños la relajación, casi involuntaria, de su esfínter uretral, lo cual conminó al niño a adentrarse solo en las oscuras profundidades del pasillo con el fin de aliviar la apremiante necesidad biológica. El baño se encontraba, más o menos, hacia la mitad del largo pasillo y el niño entró disparado, encendiendo la luz de un manotazo.

Curiosamente, al entrar al baño, le pareció percibir algo raro por el rabillo del ojo pero lo atribuyó al miedo a la oscuridad que como a la mayoría de niños de su edad, le apremiaba en sus desplazamientos intramuros. Dejó la puerta del baño semientornada pero aquella extraña percepción de presencia no le abandonó. Sentía como una mirada penetrante atravesaba la puerta y se clavaba en su espinazo por lo que no pudo darle más la espalda y decidió sentarse en la taza preso del enésimo estado de alerta de la tarde.

El prolongado reposo del ambiente familiar hizo sospechar al padre, que sabía perfectamente que cuando los niños callan es que algo malo están haciendo.

¾Biel, ¿has acabado ya? Ven, que tu hermano te está esperando para seguir jugando.

No obtuvo respuesta pero si ciertos ruidos que identificó con el movimiento de la puerta del baño y que aceptó por un “ya voy”.

Sin embargo, aquel chirriar de la puerta no era un desenfadado “ya voy”, sino la lenta y angustiada apertura de la puerta que empujada por el pie de Biel agrandaba la ranura por donde se escapaba la luz del baño.

Y qué era aquello que se encontraba como acurrucado sobre una de las paredes laterales del pasillo. Únicamente, distinguió dos pequeños luceros que parecían reflejar la luz que escapaba del servicio. El movimiento acompasado de estos dos puntos de luz hizo inevitable considerar que se trataba de unos pequeños ojillos y a partir de ese momento, a Biel le resultó bastante sencillo imaginar el contorno del resto de la cara. El miedo le atenazaba de manera galopante y no tuvo fuerza más que para pronunciar las ya tan manidas palabras habituales. ¾¡Papá, hay un monstruo en el pasillo!

Estas angustiadas palabras apenas alteraron el quehacer informativo del padre que navegaba entre las páginas del periódico dominical. Tan sólo fueron capaces de arrancar un apático comentario sobre los terrores infantiles. ¾Venga Biel, que no pasa nada. No me hagas levantar y vuelve inmediatamente al comedor.

¾No papá, que tengo miedo.

El padre que empezaba a removerse a disgusto en el sofá, exhortó a su hijo mayor a ir a rescatar a su hermano. ¾Yo no voy papá, que a mi también me da miedo, ¾ se apresuró a decir Alex que tan sólo era dos años mayor y también era víctima habitual de este tipo de terrores.

¾Bueno, yo también cuando era pequeño tenía miedo a la oscuridad, es normal,¾ pensó el padre condescendiente. ¾Pero mira que tenga que levantarme para sacarte del baño, con lo mayor que eres.

¾Es que papá, ¡hay un monstruo en el pasillo!

¾Venga Biel, sabes perfectamente que los monstruos no existen, que ya eres muy mayor para tener esos miedos tontos. Si has terminado ya, ven al comedor a jugar.

¾¡No voy porque hay un monstruo!

El padre iba enfadándose por momentos, enrocándose cada vez más contra la esquina del sofá con las páginas del diario como escudo protector.

¾Mira que eres pesado, pero si eso de los miedos ya lo estabas superando como tu hermano. No me hagas enfadar y ven inmediatamente aquí.

No hubo respuesta, por lo que el padre decidió finalmente sacar a Biel del abismo de los monstruos. Sin embargo, no quiso encender la luz de pasillo para así recorrer juntos la oscuridad atemorizante y que la experiencia sirviera para demostrar una vez más que eso de los monstruos son paparruchas de chiquillos. De esta manera, el progenitor ingresó en el oscuro corredor usando como única fuente de iluminación la tenue luz que emitía la pantalla de su teléfono móvil. Este era un recurso habitual para evitar encender las luces cuando por la noche los niños estaban ya durmiendo y él se levantaba para ir a la cocina o al baño.

Conforme se iba acercando a la puerta del baño, empezó a vislumbrar los dos pequeños puntos de luz que se encontraban como a media altura. El hecho le intrigó pero pensó que sería producto de algún reflejo originado en el interior del baño.

¾Ves como no hay nadie en el pasillo,¾ empezó a decir en voz alta como intentando convencerse a si mismo. Sin embargo, los dos puntos luminosos eran ahora los dueños de su atención y pudo comprobar como al ir acercándose se comportaban de acuerdo con las leyes de la perspectiva.

Cada vez más intrigado, se plantó delante de la puerta del baño y decidido a desenmascarar el misterio acercó la mortecina luz del móvil hacia el lugar donde se encontraban los dos pequeños rubís que ahora parecían tintarse de una tonalidad rojiza.

Una súbita descarga de adrenalina anegó su cuerpo al descubrir aquella faz, de mueca socarrona, nariz aguileña y vello ralo distribuido por toda la cara. Era una cara llena de oquedades en las cuales la luz temblaba como resistiéndose a entrar y la piel gris ceniza dejaba entrever cierta esencia orgánica representada en la amalgama de rojo, verde y amarillo que lucían sus mucosas. Un índice ungulado subió desde abajo a la zona de enfoque para indicarle, mediante un gesto atractivo, cual era el interés de aquella criatura que acto seguido dilató la sonrisa enseñando una parte de los amarillos dientes unidos por negros espacios intersticiales.

La puerta del baño se cerró bruscamente mientras el padre paralizado y en estado de shock intentaba aferrarse a cualquier indicio de realidad que su intelecto pudiese percibir en aquellos momentos. El móvil inició su camino hacia el estado de reposo apagando lentamente la pantalla con lo que la luz pareció escabullirse despavorida por los poros de la realidad. En cuanto el último fotón se hubo desvanecido, se oyó un chasquido sordo y contundente que dio paso a la apertura suave de la puerta del baño, la cual se recreó con un nuevo chirrido.

¾Papá, ¿estas bien?...

1 comentario:

Lluís P. dijo...

Joan,
En casa tengo unos radiadores eléctricos que emiten una luz tenue de la pantallita del programador. Como soy el primero que me levanto cada día, procuro no hacer mucho ruido y evito encender las luces al desplazarme por mi archiconocido piso. Pues bien, esta mañana he cruzado el pasillo a oscuras hacia la cocina y, al pasar por delante del estudio, la luz del radiador que salía del mismo me ha hecho acelerar el paso hacia mi destino con la cabeza baja, evitando mirar hacia la pared, y un ritmo cardíaco levemente acelerado. Al llegar a la cocina, mi cerebro se ha relajado hasta que he oído la puerta del baño cerrarse inesperadamente. Cuando he recordado que se trataba de mi hija que me dijo que debía madrugar para repasar unos apuntes, esta frase me ha pasado por la cabeza: ¿no es esta reacción de miedo matutino el mejor reconocimiento a tu relato de terror que leí anoche?
A seguir asustándonos,
Lluís